Los humanos somos animales homeotérmicos, es decir, mantenemos la temperatura corporal constante dentro de unos márgenes. La temperatura normal de nuestro cuerpo se sitúa en torno a los 37 grados con oscilaciones fisiológicas circadianas; es más baja por la mañana y alcanza su máximo entre las 4 y 6 horas de la tarde.
Por lo general, los trastornos provocados por el exceso de calor son frecuentes, pero de escasa gravedad. Suelen ser habituales los casos leves, que se caracterizan por calambres que aparecen en personas que realizan una actividad física prolongada en ambientes calurosos y húmedos. Más importancia tiene el denominado agotamiento o colapso por calor. Se produce un fallo en los mecanismos cardio-circulatorios de adaptación al calor, pero se mantiene una buena respuesta del centro termorregulador hipotalámico. Aparecen síntomas como debilidad, cansancio, dolor de cabeza, mareo, náuseas y vómitos. Esta situación puede progresar hasta la incoordinación muscular y pérdida más o menos completa de la consciencia. El afectado está pálido, sudoroso, pero su temperatura se mantiene normal o ligeramente elevada.
Si no se pone remedio a tiempo a un colapso por calor, cuando quien lo sufre es vulnerable o el calor es excesivo, se produce el cuadro más grave de la patología por calor: el golpe de calor.
A diferencia de lo que ocurre en el colapso, en el golpe de calor la temperatura es muy elevada -mayor de 39-40 grados– la piel está seca y caliente, se va perdiendo la consciencia y se entra en coma.
En esta infografía de elmundo.es podemos ver las recomendaciones y un test básico de prevención
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Fuentes:
Elmundo.es
Consumer.es
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